Con una inflación del 104,3% interanual, hacer las compras diarias en Argentina se ha convertido en una pesadilla para las familias. El precio de los alimentos, especialmente los alimentos frescos, se ha disparado por encima de la media y el golpe se siente rápidamente en los bolsillos. El billete de mayor denominación que circula en Argentina es de mil pesos (4,5 dólares al cambio oficial, 2,5 dólares al cambio no oficial). Con uno de ellos, en las fruterías de Colegiales, considerado un barrio de clase media, solo alcanza con comprar un kilo de tomates o uno de naranjas. Si desea frutas y verduras fuera de temporada, como fresas o espárragos, debe pagar con dos. Lo mismo se repite en la carnicería: con mil pesos se puede comprar medio kilo de vacío, uno de los cortes de carne más populares de Argentina, o medio kilo de pechugas de pollo. Desde enero, los alimentos aumentan un 28,2%, frente al 21,7% del IPC.
“Ya no sabes si un producto es caro o no. Todo aumenta tanto que se pierden las referencias de precios. Trato de comprar solo ofertas, voy de un lado a otro buscando, pero aun así el dinero no alcanza”, dice María Inés, ama de casa de 59 años que hace fila en el colmado de la feria ambulante, presente todos los días en un barrio. “Todos los viernes vengo aquí porque es un poco más barato y compro todo lo que puedo”, dice este viernes al mediodía en la Plaza 25 de Agosto. “Es una pena que no controlen los precios, que el gobierno no haga nada, Argentina es un país productor de alimentos”, agrega a la conversación Jimena, una jubilada de 64 años.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) advirtió esta semana que América Latina es la región donde más han subido los precios de los alimentos en el último año, casi 13 puntos más que la segunda, Asia. El Gobierno de Alberto Fernández sostiene que la guerra en Ucrania y la peor sequía en 60 años están detrás de la escalada inflacionaria en la canasta de alimentos, pero la indignación crece en la calle.
A la espera de que amaine la tormenta, los argentinos recurren a viejas estrategias para hacer frente a la inflación, como la comparación de precios, ya popularizada en la década de 1990 por la presentadora de televisión Lita de Lazzari: “Camine, señora, camine”. En Buenos Aires, las variaciones de precios entre un negocio y otro pueden ser del 30% y más si se comparan los carteles de los barrios más ricos del norte de la ciudad con los más pobres del sur. Para atraer clientes, muchos supermercados ponen a la venta algunos productos o tienen importantes descuentos con tarjetas de crédito según el día de la semana. Muchos compradores están acostumbrados a ir de un lugar a otro oa recurrir a los supermercados mayoristas.
Por mucho que se busquen los mejores precios, cada vez les cuesta más cuadrar las cuentas. El poder adquisitivo de los argentinos lleva una década en caída libre. Los salarios van a la zaga de la inflación, más aún en el caso de empleos informales y en sectores con sindicatos débiles y poco poder de negociación ante las empresas. Según datos de la consultora Fernando Marull y Asociados, el salario medio real está un 20% por debajo del de 2012.
Según los últimos datos oficiales, en febrero la canasta básica de alimentos de una pareja con dos hijos ascendía a 80.483 pesos (365 al tipo oficial, 200 al tipo no oficial). Ahora, dos meses después, nadie duda de que supera los 90.000, por encima de los 80.342 del salario mínimo vigente. El 8,1% de la población argentina es indigente, es decir, sus ingresos no alcanzan para comprar alimentos. Casi cuatro de cada diez habitantes del país son pobres porque no ganan lo suficiente para alimentarse, vestirse y solventar los gastos de vivienda, salud y educación.
se disparan los alquileres
“El año pasado, entre mi salario y el de mi novia, ahorramos unos cien dólares al mes con la idea de comprar un auto. Este año ahorrar nos parece un sueño, no llegamos a fin de mes”, dice Daniel Gómez, profesor de matemáticas de 31 años. “Mi hermano mandó a sus hijos a un colegio privado y los cambió a uno público porque no podía pagarlo. Podemos comer arroz o fideos casi todos los días, pero lo peor es el alquiler porque tienes que vivir en algún sitio, ¿no? ”, asegura.
El precio del departamento de 50 metros cuadrados que alquila Gómez se ha duplicado desde 2021 y ahora asciende a 80.000 pesos, casi la mitad de su salario. El dueño le aumenta cada seis meses lo mismo que el IPC, por lo que teme que la próxima suba roce el 60%.
Gómez cita cifras publicadas por la diputada kirchnerista Ofelia Fernández señalar que el porcentaje del salario que se destina al alquiler ha pasado del 28% al 40% del total en la última década. Cada vez son más las familias que se encuentran en la misma situación: a principios de siglo sólo dos de cada diez alquilaban; Hoy ya es un 3,5 sobre diez. “Todo se está yendo al carajo. Tengo amigos que están buscando ahora y dicen que cada vez hay más alquileres en dólares. los propietarios destello que Buenos Aires es Nueva York, no sé”, lamenta.
Sean peronistas o no, la mayoría de los argentinos duda que el gobierno de Fernández pueda frenar la inflación antes de las elecciones de octubre próximo. Los principales candidatos a sucederle prometen que lo lograrán.
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